RUTA DE JACINTO HIGUERAS: ¡PRESUMIENDO DE JAÉN!

La presencia de la obra escultórica del gran creador santistebeño en la capital de la provincia procura un apasionante itinerario artístico que abarca desde tallas, estatuas y bustos hasta placas urbanas y monumentos conmemorativos
Cierto 'frikismo' chovinista o cierto chovinismo 'friki' (lo mismo da) ha propiciado, en los últimos años, un aluvión de paseos por la capital de la provincia jiennense de la mano de las más peregrinas posibilidades.
Desde lo misterioso (fantasmas incluidos) hasta lo religioso y lo pagano pasando por pretenciosas rutas históricas o literarias a las que si asistiera alguno de los personajes en ellas exaltados, seguramente saldría corriendo.
Críticas (constructivas) aparte, Lacontradejaén propone este segundo sábado de mayo un apasionante y poco trillado itinerario artístico por el Jaén de Jacinto Higueras Fuentes, aquel grandísimo escultor de Santisteban del Puerto que además de repartir su impagable obra por toda España y parte del mundo, dejó en la Ciudad del Lagarto algunos de los mejores ejemplos de su producción.
Súmese, lector, a este "sosegado paseo de no más de diez o doce millas" (con palabras del autor de Las siete lámparas de la arquitectura) que este periódico desea que termine siendo (otra vez Ruskin) "el viaje más encantador".
DE LOS PRADOS A LA GLORIETA
Puestos a encontrar un punto de partida, el lector lo halla en Los Prados: sí, paradójico hospital de mentes que dio lugar a dichos tan populares como de dudoso gusto y bajo cuyo techo continúa la Virgen del Carmen de Jacinto Higueras, tallada en 1951, solo tres años antes de la muerte de su creador. ¿El motivo? El protectorado de esta advocación mariana sobre las instalaciones de la carretera de Madrid.
Más acorde con la grandeza de este cicerone de excepción que es el escultor santistebeño (1877-1954), todo apunta a la entrañable 'Guitarra' y sus aledaños como el más recomendable de los escenarios posibles para avanzar en esta singular propuesta.
Una evocadora avenida que concentra en el edificio del Museo de Jaén un verdadero tesoro 'higueriano', de tan excelentes piezas del escultor como atesora entre sus venerables muros.
Ahí está el noble busto en bronce del no menos noble José del Prado y Palacio, de 1913, que en solemnísima postura compite en calidad con la estatua que trece años más tarde firmaría el de Santisteban con destino al monumento que la capital proyectó para su insigne hijo sin que nunca, jamás de los jamases, llegara a lucir en el lugar destinado.
Sobrecogedor, impresionante, conmovedor y todos los adjetivos que le caben a su contemplación resulta el San Juan de Dios en madera de caoba, sin policromar, que apabulla al visitante al museo del Paseo de la Estación nada más subir las escaleras que dan acceso a la sección de escultura. Una obra maestra de 1920 que pone de manifiesto la genialidad del maestro Higueras.
Unos metros más arriba, en plena Plaza de la Concordia, capitaliza el espacio el soberbio Monumento a las Batallas que el escultor comprovinciano se cuajó allá por 1912, con los históricos choques acontecidos en las Navas de Tolosa y en Bailén en los siglos XII y XIX, respectivamente, como protagonistas.
Auténticos hitos bélicos que Higueras eternizó en bronce y piedra coronados por una representación de la Victoria "que en un principio iba desnuda y luego se le puso un velo por indicación de la señora de Prado y Palacio" ([la en su tiempo celebérrima marquesa del Rincón de San Ildefonso y esposa del mecenas de la obra], como explica Ana Higueras (nieta del artista) en su magnífica monografía publicada en 2022.
Si alguien desea contemplar a la diosa en su plenitud física puede hacerlo sin problema acercándose a Santisteban del Puerto, donde el boceto original (y en cueros) corona el monumento que su pueblo natal dedicó al también académico de Bellas Artes.
Pero este paseo se enmarca dentro de las lindes locales jaenitas, así que lo de una escapada al precioso municipio de El Condado tiene que quedar para otra ocasión. Siguiendo por la ciudad del Santo Rostro...
Un salto en paralelo desde el antiguo Paseo de Alfonso XIII hasta el barrio de Belén (en Jaén no hay distancias) permite hallar otro fantástico ejemplo del taller de don Jacinto: el busto del poeta Antonio Alcalá Venceslada. ¿Dónde, en qué calle o plaza, en qué rincón de la ensolerada Loma del Rollo?
No lo busquen a la intemperie para la que fue labrado en bronce, el año 1941, para inmortalizar al escritor, archivero, filósofo, profesor y académico de la RAE nacido en Andújar en 1883, concejal del Ayuntamiento jaenés y autor del reconocido Vocabulario Andaluz.
En la primera casa jaenera de don Antonio (en la calle Llana) hizo aquella virguería Higueras con destino a la evocadora cuesta de la Ropa Vieja, que desde poco después de la muerte del polígrafo iliturgitano lleva su nombre y donde estuvo colocada un tiempo, hasta su extravío (primero), su hallazgo (después) y su ubicación en el colegio que le rinde honores cotidianos muy cerca de la parroquia de San Roque.
Hay que desandar lo andado para continuar este paseo, sí, y otra vez en el perdido bulevar que hoy hace esquina con Madre Soledad Torres Acosta (la calle del Zara hasta que se llevaron el Zara) aguzar la mirada con la esperanza de que una persiana subida o un balcón entreabierto consientan atisbar el Crucificado de la Expiración que a mediados de los años 40 talló Higueras Fuentes, en manos particulares desde el mismo momento de su encargo.
Difícil tarea (si no imposible) que invita a continuar hacia los Jardinillos, tan entrañables ellos, donde los chaveas que ya peinan canas se dejaron la nariz pegada al cristal del escaparate de Furnieles soñando poseer las chominás que, años más tarde, las tiendas de chinos degradaron al alcance de cualquier bolsillo.
En esa plaza más larga que ancha donde vivió (y dibujó) Pepe Vica, sobrevive a sus traslados el imponente busto del poeta Bernardo López, que ha visto pasar delante de sus ojos de bronce la vida de esta ciudad desde 1904, cuando fue instalada ante la cripta de la catedral para exiliarla, años después, a la Alameda y ubicarla luego, acaso definitivamente, en su emplazamiento actual.
Hermoso retrato que la guasa de los jaeneros bautizó como "el pingorote la Alamea" y cuyo considerable tamaño dio lugar al hiperbólico dicho ("tienes más cabeza que Bernardo López) que durante décadas sufrieron aquellos nenes a los que el bueno de Cámara, el sombrerero, humillaba entrañablemente haciéndoles pupa al resaltar el volumen de sus testas.
A nada y menos, donde comienza el Arrabalejo, frente al colegio de Médicos, una placa (la única que ha sobrevivido) refrenda la presencia de Jacinto Higueras Fuentes, a través de su arte, en el callejero de aquí.
En este caso con la bella cartela que da el nombre de Millán de Priego a la antaño calle de los Morales, allí colocadas desde 1922 y de cuya historia da cuenta el mismísimo cronista Cazabán en el número 116 de Don Lope de Sosa, corrrespondiente a aquel año.
Cruce de caminos este que genera un interrogante: ¿hacia dónde seguir? Para gustos los colores, pero Lacontradejaén opta por extender horizontes y, antes de regresar al centro, abordar los extremos.
Con estos mimbres el paseo conduce hacia el mítico barrio de la Magdalena, con parada previa en la Plaza de San Juan de Dios, continente del viejo hospital homónimo que, reconvertido en sede del IEG, alberga una pieza melliza de otra señalada líneas arriba: el San Juan de Dios, policromado este a diferencia de su hermano menor de hermosa madera viva.
Creada en 1919, la imagen deja boquiabierto al personal, lo mismo que hizo con el jurado de la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1920, de la que salió (nada más y nada menos) que con primera medalla de oro: toda una maravilla en este camino (parafraseando a Machado).
Y no es la única proeza escultórica, no; tan académico predio acoge también el busto del cronista de cronistas, don Alfredo Cazabán, de 1916. Todo un respaso (como ven) a lo más granado de la sociedad jiennense de aquellas décadas.
Ya casi en plena plaza magdalenera, en ese colegio que ahora puebla la antañona huerta de Cárdenas y del que afloraron estatuas romanas a tutiplén, otro busto (el del ministro Ruiz Jiménez, de 1935) guía al paseante por las páginas de asfalto de un repertorio realmente envidiable que, sin embargo, está aquí mismito, en Jaén.
Y en la iglesia aledaña al extinguido convento de Santa Úrsula (el de las yemas, sí) una conmovedora imagen de Santa Rita de Casia que lleva también la firma de aquel a quien Camón Aznar definió como un "hombre bueno, modesto, sin capacidad de intriga ni de propaganda".
Quede atrás el barrio moruno para adentrarse en la que fue la calle más larga de la capital durante décadas: Almendros Aguilar, ilustre poeta cuya estatua en el extremo de esta vía urbana, a la vera de la torre del Concejo, abocetó el santistebeño en 1914 sin llegar a verla, otra vez jamás de los jamases, en el sitio concreto para el que había sido destinada. Su hijo Jacinto Higueras Cátedra terminaría aquel icónico trabajo que tras su paso por la Alameda, recalaría en la Plaza de San Juan con visos de quedarse.
Desde allí parte el último tramo de este itinerario, camino de la calle Maestra, que en su número 12 presume de placa 'higueresca' en honor del ya mencionado Bernardo López. ¿Que qué conmemora la cartela? Casi nada, el nacimiento del cantor del 2 de mayo.
Menudo rótulo broncíneo que desde 1920 (se dice pronto) señala al caminante el edificio donde vio la luz primera el futuro vate. De ahí a la catedral hay cuatro pasos hernandianos: "Cuatro pasos y los muertos, cuatro pasos y los vivos", escribió el de Orihuela (tan vinculado a Jaén).
Sí, a esos cuatro pasos espera, insuperablemente crucificado, el Señor de la Buena Muerte, en su capilla catedralicia, destilando perfume a madera de aliso y a puntico de cumplir su primer siglo.
Legendaria imagen que define como ninguna otra el verbo sobrecoger y que desde el momento mismo de su último golpe de gubia no ha hecho otra cosa que impresionar, emocionar, conmover..., en hermoso contraste con el Cristo de la cripta, el otro varón de dolores del escultor en el templo mayor.
Bajo el Sagrario de Ventura Rodríguez alumbra lo oscuro con su nobilísima piel de nogal sin policromía alguna este Jesús de los Caídos que JHF rubricó en 1941, poco después de acometer igualmente el diseño del altar que le sirve de Calvario.
Solapado en los últimos tiempos por la presencia constante del Santísimo, acaso reclama el protagonismo que durante muchos años le robó lo inaccesible de la cripta y, ahora, su mismísimo cuerpo consagrado, en cotidiana y concurrida veneración. Un gran desconocido este Jesús de aliento fúnebre.
¿Y ahora qué? ¿Hacia dónde? Depende... Hacia el sur, entre La Glorieta y San Felipe, el finisecular y decimonónico Seminario Diocesano arropa a San José y el Niño que en 1952 talló para tan venerable institución el artista de Santisteban del Puerto.
Penúltimo hito 'higueril' que deja para el final al padre de los pobres, a ese condenado al calabozo de los últimos años que, afortunadamente, ha podido ver las procesiones de 2025 libre de chapas: don Bernabé Soriano.
1915 lo vio nacer (al de bronce, porque quien da nombre a la Carrera falleció solo seis años antes), presidir la Plaza de las Palmeras, mantener un poético y jaenerísimo diálogo cotidiano con sus colegas de destierro Almendros Aguilar y Bernardo López a la orilla del Hípico y regresar no hace tanto a lo que hoy llaman 'plaza de los botijos', quizás la más desafortunada denominación que jamás haya tenido (y eso que se la llama también de Hacienda).
El querido médico cuya huella solidaria lo mantiene vivo para los restos pone el punto final a este paseo que pide a gritos abandonar las páginas digitales para hacerse verdad en los pies de quienes apuesten por disfrutar in situ de otro de esos argumentos que hacen de la capital del Santo Reino una ciudad para creérsela, para presumir de ella. Sin complejos.
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